Se hace difícil realizar una evaluación certera de la labor acometida por el personal del sector de la educación, por lo menos en el municipio avileño de Morón, cuando las circunstancias se tornaron muy distantes de los programas que estratégica y metodológicamente se habían concebido para consolidar un curso escolar superior.
La arrancada puntual en septiembre del 2019 en los 40 centros escolares del territorio, una matrícula que rebasaba los 10 mil estudiantes en los diferentes niveles educativos y la cobertura docente requerida, era de suponer que el municipio estaba en condiciones para concretar los objetivos pedagógicos propuestos.
Sin embargo, nadie imaginaba que el calendario académico chocaría con la muralla de una pandemia que se interpuso unos meses después en el camino de tan nobles propósitos. Apenas seis meses de actividad docente y eran interrumpidas las clases en todas las escuelas como medida preventiva para proteger la salud de niños, adolescentes y jóvenes.
¿Qué hacer entonces?, fue la interrogante que circuló entre educadores, asistentes, personal de dirección y de servicios. Un poderoso ejército quedaba prácticamente inmovilizado.
Se estableció, diría que por espontaneidad propia, un sistema rotativo de guardia obrera para proteger los centros escolares, instituciones educativas y recursos en general. Pero bastaría con eso?
No tardó en que el Ministerio de Educación estableciera las llamadas Teleclases habilitando canales de televisión en verdaderas aulas, desde donde los maestros y profesores impartían los contenidos, orientaban ejercicios prácticos, y esclarecían dudas, de manera que el proceso docente educativo se restableciera.
Los docentes del municipio utilizaron las más disímiles vías para contactar con sus estudiantes, ofrecerles explicaciones. Unos mediante sus sistemas de telefonía móvil y fija, y así fueron transcurriendo los días y las semanas. Hubo intentos de reiniciar las clases, frustrados por la aparición de nuevos y cercanos casos positivos de la Covid-19. Hay ejemplos muy positivos del interés que mostraron profesores y estudiantes, y también la cooperación de padres y familiares en estos propósitos.
Con el anuncio de la nueva normalidad, reabrían las puertas de todos los centros escolares del territorio y los estudiantes regresaban a las aulas con los nuevos atributos que impone la pandemia, aún presente, pero bajo control.
Transcurrieron meses en que los educadores se vistieron con trajes antivirus y penetraron en áreas rojas de hospitales y centros escolares convertidos en Centros de Aislamiento de personas sospechosas.
Ahora despedimos el 2020, año muy difícil y si se quiere tenebroso. Nuestros educadores conocen bien esa historia que aún está latente: ellos no son héroes, pero estuvieron ahí.
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